Para hablar sin pena

Este texto apareció en mi columna Cromos, publicada en La Prensa Gráfica, el sábado 15 de noviembre de 2003. Hasta donde sé, fue la primera nota que habló sobre el primer proyecto de rescate sistemático de la lengua náhuat en El Salvador, un esfuerzo patrocinado por la Universidad Don Bosco y que contó con la participación del lingüista Alan King, un especialista en el rescate de lenguas en peligro de extinción.

Jorge Ávalos

La nuestra es una lengua mestiza. En uno de sus ensayos, El español que hablamos en El Salvador, Pedro Geoffroy Rivas demuestra que no sólo conservamos muchas palabras de origen náhuat, también recurrimos a ciertas estructuras semánticas que ponen en evidencia otro modo de pensar.

Cuando decimos que una niña «va de llorar y llorar», estamos diciendo que llora sin consuelo, pero con la modalidad plural del náhuat, que recurre a la repetición para formular la extensión temporal de un acto. Y la palabra castellana «pena», que significa dolor o castigo, la usamos para indicar vergüenza porque para el indígena que la asumió así después de la conquista no existía la distinción entre su pesar existencial y su vergüenza de ser —su mayor castigo.

Esto implica que el náhuat no ha desaparecido del todo: persiste en ciertas formas de entender la vida y no sólo en la nómina de nuestros frutos y vegetales, o en la toponimia de nuestra geografía nacional. Significa que el náhuat sobrevive en el estrato más profundo de nuestra cultura.

Es muy posible que el momento para separar el dolor de la vergüenza ha llegado. En enero de 2004, un proyecto piloto para enseñar náhuat en 8 escuelas, a 500 niños aproximadamente, dará inicio. Es el esfuerzo más ambicioso que se ha realizado en este sentido desde 1932, cuando las comunidades indígenas salvadoreñas parecieron abandonar la esperanza de conservar la riqueza y diversidad de sus tradiciones.

Mucho se ha perdido desde entonces, pero en lugares como Izalco, Nahuizalco y Santo Domingo de Guzmán no se perdió la esperanza, guardada como un secreto en unos cuantos hablantes del náhuat. Por esas cuantas personas que han mantenido viva una lengua que la mayoría creíamos muerta, es posible este proyecto.

Un lingüista, Alan King, contratado por la Universidad Don Bosco, ha preparado los primeros textos escolares de náhuat. Con voluntarios como Werner Hernández, que me ha convertido en un creyente, y la participación de los sectores público y civil, es posible, al fin, perder la pena que nos separa de una parte de nuestro ser.

 

Enlaces originales relacionados a esta columna:
1. Iniciativa para la recuperación del lenguaje Náhuat (en inglés).
2. Programa del lenguaje Náhuat.
3. Artículo sobre Náhuat (borrador en inglés) creado por Alan King.

El estilo

Jorge Ávalos

Todo lector encuentra, tarde o temprano, el camino a la flor amarga de un poema terrible y bello que no teme develar lo indecible. Los puntos de partida parecen claros: Baudelaire o Rimbaud, García Lorca o Vallejo, Mandelstam o Celan. Y están los caminos más violentos: Tsvetáyeva y Plath y Pizarnik. Pero sobre todo está el pasaje casi secreto hacia la voz desnuda, la vida desgarrada y la historia mutilada en la poesía de Anna Swir.

San Francisco, 1985. Una tienda de libros usados. Un ejemplar golpeado de cubierta dorada y un título aséptico: Antología de la poesía polaca de posguerra editada por un tal Czeslaw Milosz. Lo abro al azar y leo los primeros tres versos de un poema: «Si me amas no me beses./Si me amas no me abraces./Si me amas, mátame».

Hubiera querido declararle mi amor a Anna Swir, pero era incapaz de matar por amor. Busqué en cambio a un testigo, a un hombre que la conocía y podía explicarme por qué Anna Swir sólo podía permitirse lectores implacables. Así que una madrugada de tantas, tomé el tren a la Universidad de Berkeley y me inscribí como observador de una clase maestra de literatura, pretendiendo interés por el Departamento de Lenguas Eslavas.

En realidad, sólo me interesaba conocer al poeta polaco que por muchos años enseñó ahí literatura y que ahora visitaba la universidad de forma casi furtiva. Fui aceptado. La única condición era no interrumpir la clase; yo era sólo un observador, después de todo.

Impaciente, no pude esperar hasta el final de la clase, así que levanté mi brazo y dije:

—Profesor Milosz, ¿qué quiso decir Anna Swir cuando dijo que un poeta sólo tiene dos misiones: crear un estilo y destruir ese estilo, siendo la última la más importante?

El resto de estudiantes estalló en risas porque mi pregunta no tenía nada que ver con el tema en discusión, pero el profesor con aspecto de lechuza de oro miró sus manos vacías por un instante y respondió al enigma con una insoportable verdad:

—Porque un estilo encarna la historia.

Y desde entonces sé cómo encarnar y destruir la historia en mí, y sé cómo amar hasta el crimen con mis palabras.

La costurera prodigiosa

Jorge Ávalos

En una ocasión escribí un artículo sobre un proyecto de ley estancado, y no dudé en decir, en el título mismo, que la ley se encontraba en un limbo. Casi de inmediato, el diseñador de la página me informó que el limbo ya no existía.

«El Vaticano», explicó, «determinó y fijó en el dogma que ya no existe ese lugar indeterminado y marginal fuera del cielo, el infierno y el purgatorio».

Yo me reí, pero él hablaba en serio. Lo más importante de este incidente es que él tenía razón.

En un sentido real esa útil metáfora de un vacío moral y sin consecuencias para las almas había dejado de existir. Durante mucho tiempo existió sólo para los católicos, y fue real porque así lo había determinado el dogma. Y dado que el concepto provenía del sistema doctrinario, los católicos aprendimos del limbo por medio del catecismo y lo asumimos como una verdad y como una explicación satisfactoria del destino de las almas no tocadas por el rito y la consagración religiosa.

El limbo fue real hasta que los formuladores del dogma se retractaron y llegaron a la convicción de que era un concepto erróneo para la fe católica, al menos con respecto al limbo de los infantes, una hipótesis medieval (limbus infantium). Si los formuladores del concepto lo negaban, el término y su significado habían dejado de existir. De un día para otro, el limbo desapareció. Para los creyentes, millones de almas de niños fallecidos sin haber sido bautizados aparecieron ese día en el cielo. No podía haber vacíos en el universo de un Dios bondadoso con sus criaturas.

La fe religiosa da forma a muchos de nuestros paradigmas. Aplicamos esquemas de interpretación a la realidad con esos filtros religiosos, y la mayoría de las veces sin darnos cuenta. Cuando los Estados Unidos aplastó militarmente la invasión de las fuerzas de Irak en Kuwait en la primera «guerra del golfo», se hizo usual cuando llegó el mes de diciembre, que los reporteros occidentales respiraran con alivio porque habría paz en el mes de la navidad, una celebración cristiana que la población musulmana de Kuwait no conoce ni celebra.

Por esta razón me sorprendió descubrir que dos corresponsales internacionales reconocían las fronteras culturales de un paradigma religioso al momento de recurrir a uno de estos conceptos para describir una situación extrema. Este es el caso de un artículo de Saeed Ahmed y de Leone Lakhani, ambos de CNN, en un reportaje especial sobre Reshma, la costurera que sobrevivió 17 días bajo los escombros de un edificio que se derrumbó en Bangladesh, The seamstress in the rubble, publicado el 15 de mayo de 2013.

El artículo comienza así:

El concepto del purgatorio no es familiar para la mayoría de los bangladesíes. Pero por la forma en que Reshma describe sus 17 angustiosos días -enterrada bajo tierra en una ciega oscuridad mientras las voces a su alrededor se desvanecían, mientras los días sofocantes sangraban en noches húmedas, y mientras se preguntaba si ella estaba en este mundo o en el próximo- es el más apto.

Con el tiempo he llegado a la convicción de que no se deben usar conceptos religiosos para describir o interpretar la realidad en el periodismo. Pero de vez en cuando reconozco las excepciones a la regla. El artículo de Ahmed y de Lakhani demuestra cómo ciertos conceptos religiosos pueden ser útiles como metáforas o como símbolos. La escritura periodística no debe renunciar a sus valores literarios. Y una metáfora o un símbolo oportunos, precisos y elocuentes, son un lenguaje universal, y pertenecen a una poética humana a la que el periodismo puede aspirar en sus mejores momentos, como en este momento, el de Reshma, la costurera prodigiosa.

El lenguaje de la política en Latinoamérica

Jorge Ávalos

El domingo 10 de diciembre de 2006, a los 91 años de edad, murió el ex gobernante chileno Augusto Pinochet. En una sorprendente coincidencia, un hombre que al momento de su muerte estaba siendo juzgado de terribles abusos a los derechos humanos en Chile, falleció el Día Internacional de los Derechos Humanos. La historia de Latinoamérica es también la historia de estas ironías del lenguaje y de los actos de la política.

Nunca olvidaré un comentario que Pinochet hizo una vez ante las cámaras de televisión: «Si al comunismo se llega por medio de la dictadura del proletariado, a la democracia hay que llegar por medio de la dictadura de la democracia». Con ese oxímoron admitió que su régimen fue una dictadura. Y con un eufemismo asumió responsabilidad de «los hechos» ocurridos durante su régimen. Esto lo hizo el 25 de noviembre de 2006, en el último cumpleaños que celebró. Y lo hizo a tiempo. Una semana después, el 2 de diciembre, sería ingresado al Hospital Militar tras sufrir un miocardio y un edema pulmonar agudo.

Los disturbios ocasionados en torno a la noticia del fallecimiento de Pinochet me llevaron a pensar en los laberintos del lenguaje político. Ante la conmoción inoportuna provocada por la muerte del más notorio dictador latinoamericano del siglo XX, el poeta Mario Benedetti reaccionó con inusitada pero memorable lucidez: “La muerte le ganó a la justicia”. Una doble metáfora en un círculo sin fin: incredulidad ante la muerte (gana la impunidad); asombro ante el suspenso eterno de la justicia (gana la muerte).

Para entender el lenguaje de la política en Latinoamérica, necesitamos recordar algunos conceptos claves. Para empezar cito las siguientes definiciones de las más comunes figuras retóricas, de acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua:

Oxímoron: Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., la dictadura de la democracia.

Eufemismo: Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante; p. ej., decir hechos en lugar de asesinatos políticos, abusos de mis subalternos en lugar de genocidio.

Paradoja: Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción; p. ej., Mira al poderoso, en sus abusos, débil.

Metáfora: Entre otros significados, alegoría en que unas palabras se toman en sentido recto y otras en sentido figurado: La muerte le ganó a la justicia.

Ironía: 1. Burla fina y disimulada. 2. f. Tono burlón con que se dice. 3. f. Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. P. ej., El lenguaje de la política.

Retrato de una madre

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Jorge Ávalos

Creemos saber qué es lo bello porque lo reconocemos fácilmente, intuitivamente, por su apariencia. En realidad, sólo comprendemos el propósito de la belleza cuando superamos las trampas de las apariencias. No quiero decir con esto que trascendemos la apariencia de las cosas, aun cuando esto sea posible. Lo que me interesa aquí es el descubrimiento de que no sólo amamos lo que es bello a nuestros ojos: también le asignamos la categoría de lo bello a lo que amamos.

Hay un dibujo del artista español Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) que ilustra mi punto. Es un retrato de una mujer y de su niño, un bebé que se divierte jugando con las barbas de su madre. El niño no conoce diferencias ni jerarquías sociales; las categorías de lo bello o de lo monstruoso aún no existen en su conciencia. Frente a él, sólo está su madre: ella es la mujer que lo ama y lo alimenta, que lo mima y lo reconoce como suyo. Su vida y la de él, en esta etapa, son una sola.

Esa mujer barbuda que Goya retrató con tanta gracia realmente existió. Su nombre fue Magdalena Ventura. Más de un siglo antes, en 1631, la retrató el Españoleto, José de Ribera (1591-1652). Esto significa que el dibujo de Goya, aunque inspirado en la realidad, es una obra de la imaginación y, como tal, busca decirnos algo acerca de la mujer retratada que no nos dice el cuadro original del Españoleto.

El dibujo de Goya no es sobre la rara condición de Magdalena, no es sobre lo que la hace diferente de los demás: es sobre la humanidad que su hijo reconoce en ella. Es un dibujo sobre el amor. El amor transforma las apariencias: hechiza con significados íntimos; le otorga valor a lo que nos es entrañable; y le confiere atractivo a quienes vemos como un espejo de nuestros deseos más profundos. El amor crea belleza.

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