Los verdaderos piratas

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Jorge Ávalos

Usan un parche, sobre la rodilla rota del pantalón. No mascan tabaco, mascan chicle. Día y noche, al mando de sus sofisticados sistemas de navegación, atentan contra las corporaciones transnacionales. Representan el más grave peligro a los esfuerzos de globalización, que mueve, segundo a segundo, billones de dólares a través de redes informáticas. Los satélites y los procesadores de cómputo más avanzados no pueden detenerlos. Aún los códigos de seguridad que se pretendían infranqueables han resultado ser presa fácil de ellos, los piratas del ciberespacio.

No hay una mítica isla del tesoro donde se acumulan el oro y las joyas. El ciberespacio es un océano en expansión, sin más leyes que los códigos y lenguajes crípticos que ingenieros profesionales y técnicos aficionados han desarrollado en las últimas dos décadas. El adversario de los piratas es —como en la era de los imperios y las colonias cuando la mercancía era oro y especias— todo poder que hegemoniza el tránsito y los mercados de la era informática.

Las armas de resistencia y sabotaje de los piratas son actos de hacking —franqueando la seguridad de espacios virtuales—, de distribución ilegal de productos audiovisuales, o de la siembra de algún virus destinado casi siempre a impedir la movilización y operación de transacciones electrónicas.

El nuevo motín codiciado por los piratas brilla con la luz de las estrellas. Los piratas roban obras de entretenimiento: música y vídeos y libros y juegos virtuales y revistas de historietas. La opinión de los artistas no es unánime, pero los ejecutivos de grandes empresas del entretenimiento, productores de discos portadores de música y vídeo, así como los que manejan portales y mercados del Internet los acusan de pérdidas estimadas en cientos de millones de dólares. Pero no hay jefaturas de Policía globales. Los departamentos de seguridad de cada país del mundo donde los piratas operan no tienen los recursos humanos y tecnológicos para detenerlos.

Los piratas modernos evaden la ley porque es casi imposible detectarlos. La vasta mayoría son niños entre los 12 y los 18 años. Niños normales, muy normales. Con problemas de acné y sueños húmedos. Con desequilibrios hormonales y tensiones con sus padres. Con demasiada adrenalina y muchas horas de ocio. Lo único que los distingue de los niños del pasado es que tienen acceso a las nuevas tecnologías. Pero son ellos, estos niños y adolescentes, sin conocimiento del comunismo ni conciencia de la historia, los nuevos enemigos del capitalismo.

La suprema ironía: los piratas del ciberespacio son una creación del capitalismo triunfante. Durante las tres últimas décadas, los productores de entretenimiento, de cine y música pop, descubrieron en los niños y jóvenes a sus más leales y voraces consumidores. La piratería desenfrenada de obras de entretenimiento sólo demuestra que los esfuerzos de mercadeo, de seducción colectiva hacia los jóvenes, han triunfado.

 

La fotografía muestra a Jon Lech Johansen, el hacker más conocido y temido en todo el mundo desde que era aún un niño. Tiene una página web llamada Atrévete a demandarme. Ya nadie se atreve a responder a ese desafío. Él es el responsable de que los DVD piratas puedan ser decodificados y reproducidos por cualquier persona, lo cual lleva a la piratería. Ha sido demandado desde los 17 años (nació en 1983) y ha ganado todos los juicios, venciendo a las grandes empresas transnacionales que venden películas y música. Una biografía de Johansen en español aparece en Wikipedia.

El periodismo como performance

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Jorge Ávalos

El 15 de septiembre de 2006 murió Oriana Fallaci (1929-2006), una de las contadas figuras míticas del periodismo. Traduje, para El Diario de Hoy, su última entrevista, la cual fue publicada en inglés por The New York Times. La versión electrónica no contiene, por algún error, el crédito del autor: Flemming Rose, quien se hizo notorio como editor del periódico que solícito las caricaturas de Mahoma que causaron un escándalo mundial, por las violentas protestas que provocaron en el mundo musulmán.

Uno de los aspectos que más llaman la atención de las famosísimas entrevistas que Fallaci le hizo a «los estúpidos bastardos que gobiernan nuestras vidas», como llamaba ella a los líderes mundiales, era su capacidad para suscitar reacciones y palabras muy francas que revelaban lo que había debajo del barniz de la diplomacia. ¿Cómo lograba conseguir esas respuestas? Según Rose, las entrevistas de Fallaci eran «performances», cada una era un tipo de actuación teatral diseñada para provocar a los entrevistados y obligarlos a responder de forma visceral.

«Conocida por sus tenaces preguntas y por un estilo beligerante», escribe Rose, «sus entrevistas eran una especie de acto teatral que provocaba a sus interlocutores a decir cosas imprudentes. En una ocasión, mientras entrevistaba al Ayatollah Ruhollah Khomeini de Irán al final de la década de 1970, ella le arrojó el velo que cubría su rostro y que le habían obligado a usar, como una muestra de su disgusto a lo que ella llamó un trapo medieval».

La entrevista completa de Rose, «La lucha interminable de Oriana Fallaci», fue publicada en El Diario de Hoy el domingo 24 de septiembre de 2006.