La premonición

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Jorge Ávalos

Un cuento breve

Esta mañana vomité violentamente. Creí que esto lo había provocado la visión inesperada de mi ex novia con su nueva pareja, un tipo con mirada bizca y una sonrisa que dibuja su curva hacia arriba, como en la boca de peces y batracios. O como en un gecko. Como en el rostro estúpido de un gecko. Pero esta tarde, después de vomitar otra vez, comprendí que tenía que haber otra razón para mi mal. Después de lavarme la cara y la boca me serví un vaso de agua. Mientras lo hacía noté una nubosidad en medio de la garrafa. Me acerqué al cristal y descubrí algo que debió sorprenderme, pero, en cambio, me hizo feliz: en el agua flotaba la sonrisa estúpida de un gecko ahogado.

© 2014, Jorge Ávalos

 

El cuento original, «El gecko», publicado el 11 de marzo de 2012, se puede leer en: Avalorios. La fotografía de «Paletas Gecko», una tienda real de paletas artesanales en Santa Elena, es de Jorge Ávalos.

Dos mujeres

Dos mujeres

Jorge Ávalos

La obra de teatro La balada de Jimmy Rosa, con la que gané la primera edición del Premio Ovación de Teatro 2009, era sólo un proyecto, una ilusión y un sueño hasta que recibí el premio, porque era una obra difícil de escribir y de producir. Sin ese premio es muy posible que la obra no se hubiera escrito jamás. Antes de junio de 2009 sólo existió en forma de notas.

La entrada de mi diario que comparto por medio de esta fotografía es quizás la más importante de mis notas sobre la obra, porque es aquí donde se cristaliza por primera vez quiénes serían las principales actrices, Patricia Rodríguez y Karen Castillo, y por qué ellas fueron elegidas: porque aportaban un drástico contraste de físicos y de personalidades; porque nunca antes habían trabajado juntas (algo que yo, como productor, consideraba una ventaja); y porque tenían la capacidad para representar los arquetipos que yo buscaba llevar a escena. Encontrar en estas dos actrices a las que llevarían a escena mis heroínas significó descubrir, a través de ellas, las voces de esos personajes. A partir de esta elección pude decidir quién sería la otra actriz que completaría el trío: Alejandra Nolasco. Me sorprende ahora ver la claridad que tenía de todo el concepto.

En la mayoría de mis notas mezclo el inglés y el español porque pienso en ambos idiomas al mismo tiempo. También, siempre comienzo dibujando a los personajes desnudos. Sólo los visto en la medida en que ellos mismos se «arropan» en mi mente. Es una extraña curiosidad de mi imaginación literaria: un edén para cada génesis.

Aunque había concebido la historia básica del drama varios años antes, esta nota es el punto donde la dramaturgia de la obra comenzó a convertirse en un texto y me ofreció una brújula para mantenerme en la dirección correcta. La balada de Jimmy Rosa se estrenó en septiembre de 2009 en el Teatro Luis Poma, en San Salvador.

© 2014, Jorge Ávalos, por el texto y la fotografía.

Pavadas

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Jorge Ávalos

Yo tengo un amigo que se llama Sergio. Sergio Mercurio, el titiritero de Banfield.

Cada vez que veo a Sergio y lo oigo hablar se me confunde un poco la conciencia. La conciencia es esa voz que todos tenemos dentro y nos habla. Estamos tan habituados a tener una conciencia que ni siquiera nos damos cuenta que está ahí, hablándonos todo el tiempo. Y como mi conciencia es salvadoreña, me vosea, es decir, no dice “tú” muy a menudo, sino que me habla de “vos”. Sergio me vosea, pero es argentino. También los argentinos usan el “vos”, pero con otro acento. Y cuando Sergio me habla, se le pega el acento argentino a mi conciencia. Es increíble. Eso no me pasa con ningún otro argentino, sólo con Sergio. Mi propia conciencia me habla, pero con acento argentino. Es en esos momentos cuando uno recuerda que tiene una conciencia: cuando se hace la argentina.

Estaba solo, camino del teatro, después de ver un espectáculo de Sergio cuando oí la voz.

“¿Y vos quién sos?”, le pregunté a esa voz.

“Soy tu conciencia”, me respondió, pero con acento argentino.

Imaginen el horror de caminar solo por la calle y tu conciencia es una voz extraña. Es una situación inédita. No es fácil ser salvadoreño y tener una conciencia argentina. Esta mañana, por ejemplo, desperté con hambre y, como todas las mañanas, me preparé un café. Y mientras me lo tomaba mi conciencia me habló: “¿Por qué no te comés un pan con manteca?”. Al principio me pareció una buena idea. Corté un pan y lo unté con grasa de animal.

“¿Pero qué estás haciendo?”, me preguntó mi conciencia.

“Pan con manteca”.

“¡Sos un boludo! Esa no es manteca… ¡Esa es grasa de animal!”.

¡Qué contradicción! Mi conciencia quería pan con mantequilla, y la entendí, pero mi cuerpo no tradujo la jerga argentina a la salvadoreña y siguió las instrucciones equivocadas. Por un instante me sentí como un trabajador indocumentado en un país extraño. Pero era al revés.

“Sos una mala conciencia”, le dije. “¿Quién te dejó entrar?”

“Me colé, ¿por qué? ¿Te molesta?”.

“¡Esto es inaudito! No hay lugar para vos en mi cuerpo”.

Mi conciencia se rió. Mi propia conciencia riéndose de mí.

“¡Dejá de decir pavadas!”, me dijo.

Esto me remite a mis recuerdos de infancia, no sé por qué. Me imagino en el patio del colegio, a los diez años, diciéndole a un amigo: “No digás pavadas”. Mi amigo me mira, confuso.

“¿Qué es eso?”, pregunta.

“¿Qué cosa?”.

“¡Pavadas! ¿Qué querés decir cuando decís pavadas?”.

“No sé”, respondo. “Creo que tiene algo que ver con los pavos”.

“¿Con los chompipes?”.

“Sí”.

“O sea, una pavada es una chompipiada”.

“Sí”.

“¡Qué cosas tan raras decís!”.

“Es algo que le oí decir a Sergio”.

“¿Y quién es Sergio?”.

“Sergio Mercurio, un hombre del futuro”.

“¿Viajaste en el tiempo?”.

“Sí”.

“Y este tipo, del planeta Mercurio, ¿tiene pistola de rayos láser?”.

“No”.

“Entonces no es del futuro, es del pasado”.

“¿Y vos qué sabés? Te digo que lo vi en el futuro, y no es de Mercurio, es de Banfield”.

“Ese planeta no existe”.

“Porque todavía no ha sido descubierto. ¡Lo van a descubrir los argentinos en el futuro!”.

“Y estos seres del planeta Banfield, ¿nos van conquistar?”.

“Sí; el titiritero de Banfield va a viajar por el mundo y nos va a conquistar a todos, pero no con una pistola de rayos láser, sino con muñecos”.

“¿Robots?”.

“No, robots no, ¡muñecos! ¡Muñecos de colchón!”.

“¡Eso no tiene sentido!”.

“Algún día lo tendrá”.

Algún día. Quizás este mismo día. Están advertidos.

También está advertida mi conciencia argentina, que de nuevo se va, y me deja un poco asombrado, y un poco más universal.

“¡Buen viaje, Sergio!”.

“¿Quién dijo eso?”.

“Yo no fui”.

“Yo tampoco”.

“¡Pero qué hatajo de boludos tenés en la conciencia, Jorge! Mejor me voy a otra parte”.

Y se fue.

 

A los incrédulos, que podrían no creer en la existencia de un tal Titiritero de Banfield, les dejo este enlace:
http://www.eltitiritero.com.ar/

Un momento poético

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Jorge Ávalos

El martes 15 de mayo de 2007, visité con un grupo de poetas el sitio arqueológico de Piedras Blancas, en Santa Ana. Entre nosotros había una niña de sólo cinco años de edad, Mariana, la hija menor del poeta Otoniel Guevara.

Mientras los escritores se dispersaron para recorrer el lugar, Mariana, su madre Marisol y yo preferimos quedarnos en el idílico patio interior del museo, una preciosa quinta en forma de herradura, de tejados rojos y pasillos abiertos a la naturaleza. Al centro de ese patio, agua cristalina y fresca brota de una fuente de piedra.

Jugando, Mariana se acercó a un enorme árbol de conacaste ubicado al extremo del patio, donde estaba la vereda que conducía al sitio arqueológico. Su curiosidad infantil la atrajo a un pequeño rótulo blanco situado al pie del árbol. Leyó con cuidado la inscripción. De pronto, se estremeció y, asustada, dio dos pasos atrás.

—¡Aquí hay una familia enterrada! —gritó, señalando el rótulo.

—¡No! —exclamé, al borde la risa—. No estamos en un cementerio.

Sólo para constatar que no era cierto, me acerqué a la placa, aunque con un poco de temor porque al verla bien me pareció muy similar a una lápida. Por fortuna, Mariana se me adelantó.

—Sí —me aseguró—. Aquí está enterrada la familia. Aquí lo dice —y leyó en voz alta—: «Nombre: Conacaste. Familia: Leguminosas».

Así que Mariana tuvo razón, después de todo. Miembros de la familia Leguminosas están enterrados allí, en Piedras Blancas.

Un mapa de tu tierra

Jorge Ávalos

 

Tu tierra abusa de tu amor por ella.
Castígala. Demuéstrale quién eres.
Toma su pequeña imagen, la imagen
de su pequeño cuerpo accidentado

y arrúgala en tu puño, estrújala
entre tus dedos. Luego, despliégala
sobre una almohada y dile: “has
sido infiel, has sido mala conmigo”.

Insértale alfileres en esos lugares
donde te hizo sufrir en demasía.
Escupe sobre su imagen, rompe

su frágil geografía. Dale fuego
y déjala arder, déjala ser cenizas.
Por una vez has sido su tirano.

 

Había olvidado este poema, que escribí y publiqué hace más de 20 años. Realmente había estado trabajando un mapa de El Salvador que incluía una geografìa de su historia, y de pronto caí en la cuenta que parecía un mapa de historias de horror, un mapa de la infamia. Pero el poema no sólo trata sobre eso, sino que retoma un comentario que me hizo mi novia de entonces, cuando tomé un boceto de ese mapa y después de observarlo un rato, lo rompí, lo estrujé en mi mano y lo boté a la basura. Recuerdo ese momento con fría claridad, como si me viera a mí mismo, porque mi novia me hizo tomar conciencia de lo que había hecho cuando dijo: «¿Saldando cuentas con tu país?». ¡Las musas!